"DESPATENTAR" = CREAR

De sobra es conocida la palabra «patente». Llanamente, se podría describir como un instrumento cuyo fin es proteger a las «criaturas»engendradas por sus inventores. Pero ¿es qué tiene algo de cierto esta afirmación?

La mente de João nunca se detenía; había entregado todo su tiempo, paciencia y entusiasmo en la elaboración de un prototipo de embarcación ecológica fluvial. En ello estaba adentrado cuando conoció a Amalia en aquel bar.


Sabía que su proyecto tenía todo lo esencial, pero que carecía aún de mejoras.


Deseaba exponerlo para encontrar soluciones pero le amedrentaban los buitres terceros que desearían apropiarse de su insuperable esfuerzo. 


Uno de sus medios de amparo y que cualquiera le aconsejaría sería recurrir a patentar su trabajo y resultado.

Lo más indigno, es que todo constituye una artimaña con efectos lucrativos en exceso. No hacía ni tres días que leyó un artículo que le había provocado una especial repugnancia. En Estados Unidos se había autorizado patentar un gen. 


Una clínica tenía el monopolio del mismo y cobraba una tremendísima barbaridad de dinero por un simple análisis de sangre; análisis que permitiría a cualquier mujer evitar un posible cáncer si llegaba a conocer que ese gen habitaba en su cuerpo y cuya prevención sólo estaba al alcance de la minoría femenina adinerada. 


Sin embargo, este caso es muy «light» comparado con todo el larguísimo historial de empresas farmacéuticas cuyo interés por la salud de la sociedad es nulo y el negocio por registrar medicamentos es incalculable.
Pero aún había más, y es que en ese reportaje se nombraba la aparición de un nuevo monstruo: el «troll» de las patentes. 


Abogados de sociedades que compraban «ideas e invenciones» con el objetivo de amenazar a otras leales empresas con llevarlas a Tribunales sino consentían acuerdos contrarios a sus esfuerzos e inversiones, y torturándolas al sacrificio de millones de dólares y a casi una cadena perpetua para conocer el fallo final o mejor dicho, la condena a su más certero final.



João era la cruz de estas situaciones americanas. 


Si él se rompía la cabeza por algo era para contribuir a una mejora del medio ambiente o de la sociedad. Le enfurecía enormemente pensar que vivía rodeado de personas cada vez menos creativas.



Las patentes son un negocio que reprimen la innovación y la competencia impidiendo conseguir beneficios para los consumidores y usuarios.


Menos mal que Internet es poderoso, y buscando alternativas se topó con la solución que tanto ansiaba: «creative commons». Una herramienta legal con la que podía compartir su obra con el resto del mundo y convertirla en un proyecto común sin perder su autoría. 


Gente afin a sus inquietudes modificaría y mejoraría su embarcación. En comunidad se generan más valores añadidos que en monopolio.



Unos pocos días más tarde, João se enfrentaba a su último examen de la primera parte del máster. Al salir del aula vió a Amalia en el pasillo. Dubitó en saludarla. Le parecía realmente bella y su timidez era la barrera que le obstaculizaba acercarse a ella. 



Con la mano en la cabeza y la mirada baja se aproximó. Su intención era saludarla con el típico «hola» de cuando te cruzas con alguien y hay que ser educado por compromiso, pero...
- ¿Qué tal? ¿Cómo te ha ido el examen? - Amalia tuvo que hacer un tremendo esfuerzo para escucharlo, pues soltó un hilo de voz tan fino... pero ella, con su desparpajo y sus aires consiguió las deseadas cervezas que tanto quería compartir con él.






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