"ESPE-RGER"



Esas cervezas tuvieron que esperar unas horas. El punto desfavorable era que la impaciencia de Amalia no entendía lo de presumir que algo va a ocurrir. Ella era más de lo «quiero ya». Siempre pensaba que si un acontecimiento que tanto ansiaba debía permanecer detenido durante un espacio de tiempo, algún imprevisto o cambio de opiniones podían suceder y estropear su ilusión.


A las malas, en caso de que él no apareciera, nada quebraría la ilusión nerviosa que cubría la antesala al momento de verlo.
Por el contrario, João necesitaba como el agua esas gloriosas horas. ¿Por qué?


Porque su cerebro conservaba demasiadas conexiones neuronales inútiles que no se habían eliminado cuando era pequeño. 


Porque sus neuronas espejo eran unas perezosas innatas y se negaban a conocer los códigos sociales. Eran así de chulas y no les importaba que por su culpa João no supiera cómo relacionarse.



Porque padecía hiperactividad sensorial que le desembocaba en un terrible estrés.
Porque producía poca oxitocina y como consecuencia, su «cerebro emocional» solía estar en modo «on fire» constantemente.


Porque sus lóbulos frontales eran problemáticos y en ocasiones le metian en conflictos internos de indecisión.

Hacía tiempo que Amalia no se sentía nerviosa y emocionada caminando por la calle. Desde sus citas con Mario que ya no experimentaba ilusionantes paseos.


Por su parte, João también hacía tiempo que no sentía tan tremenda inquietud. Desde que quedó hace ya cuatro años con Anabela, una chica con quien compartió tratamiento, que no había quedado con ninguna muchacha.


Y ahí, en la puerta del bar, se encontraban uno frente al otro.
Bueno, entremos que fuera hace un frío... - sugirió Amalia.

Mientras cruzaban el umbral de la puerta, uno no bajaba la mano de su cabeza gacha y la otra pensaba  que ese chico tenía algo de raro, ni dos besos para saludarse y ni un gracias por sujetarle la puerta...


- Me ha costado mucho venir hasta aquí... no me refiero en cuanto al trayecto... quiero decir que para  mi ha sido muy difícil decidir quedar contigo... Eres muy guapa y yo no estoy acostumbrado a este tipo de situaciones... bueno... sí que a veces quedo con amigos pero no con chicas a solas...

Para João existía entre ellos una pared de cristal que los separaba.


Tenía pánico al rechazo pues no sabía cómo gestionarlo. Él sólo se sentía seguro y realmente cómodo en su casa, concentrado en sus estudios y en sus proyectos.


Siempre tenía ideas brillantes y lo mejor de todo, es que lograba concentrarse en cada una de ellas.


Estaba empezando a ponerse nervioso... Ella (ignorando lo especial y fragil que era él) era un chute demasiado potente para la delicada personalidad de este chico aparentemente tan «normal» y guapo.
-...Tampoco sé por qué te propuse quedar si en realidad ya sabes muchas cosas de mi, te lo conté todo aquella tarde que nos encontramos por casualidad en el bar... Pero eres simpática y te veo diferente al resto de las personas...

Y es que ambos eran singulares... Uno era un trastornado neuro-biológico...


... y la otra una neurotípica muy peculiar, ya fuera por sus indumentarias, ya fuera por su espontaneidad y honestidad, ya fuera por esa buena energía que transmitía. 


Y sin más, João se levantó de su silla, colocó de nuevo su mano en la cabeza y se marchó con paso rápido. Amalia se quedó con la boca abierta, literalmente. 


No es que le borchonara lo que la gente estaría especulando en estos momentos sobre ellos, pero sí que se sentiría algo incómoda si permanecía en aquel bar con dos copas llenas en sus narices.


Todo le parecía surrealista. «La gente está pero que muy mal de la cabeza... »

João corría por las calles aunque le faltara el aire debido a la ansiedad que lo había atrapado.


Quería llegar a su fortaleza y no salir nunca más.


Y cuando estaba ya en su cuarto rompió a llorar y a darse pequeños golpecitos con su mano sobre su frente. 


Se había autodepcionado porque había luchado y trabajado mucho para llegar a sentirse una persona casi «normal». 


Durante su niñez ni una palabra había salido de su boca, salvo gritos y quejidos cuando no se hacía lo que él quería; 


ni una caricia ni abrazo de sus manos y brazos salvo golpes si se le llevaba la contraria.


La agresividad era su herramienta para hacerse comprender. 


Había llevado a sus padres hasta la cima justa de la desesperación aunque en ningún momento llegaron a caer al vacío, y lucharon hasta dar con el descubrimiento de su trastorno.


Por fuera era igual que cualquier otra criatura pero por dentro su cerebro seguía otro camino, y es que las apariencias engañan.


Durante su adolescencia, llegaron las esperadas curas y alivios a sus alteraciones internas. El antídoto que contrarrestaría sus nocivos síntomas no sería otro que introducirse en una vida «cotidiana».


Llevar una rutina como cualquier otro ser de su edad, sin olvidarse de esas especialidades que lo apoderaban.


Y llegada su post-adolescencia y reciente madurez, ya había aprendido a hablar por teléfono, a mantener contacto visual, a conversar sin perderse en charlas unilaterales y monótonas que sólo él entendía...


... a despedirse de sus amigos imaginarios y conseguir otros reales,


a trabajar duro para ser capaz de aceptar cambios sin estancarse en obsesiones... Concluyendo: adueñarse de todo tipo de habilidades de comunicación para exprimir al máximo su enorme potencial.

Y era por todas estas vivencias y esfuerzos que le había tocado vivir que se sentía más que defraudado consigo mismo. Había superado y sobrelllevado el rechazo, los insultos y la crueldad de críos maleducados sin escrúpulos, que lo trataron como si fuera un animal.



Había sobrevivido con fortaleza a la incompetencia de muchos llamados «profesionales», «expertos», «psiquiatras». Y ahora, había sido incapaz de mantener un simple encuentro con Amalia. ¿Cómo iba ahora a mirarla a la cara? ¿Qué pensaría de él? Un bicho raro, seguro.



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