LA DIGESTIÓN DEL DES-AMOR


Mario se antojaba como un trozo apetecible de tarta.
Nada más verlo en su fiesta, a Amalia le entró por los ojos.
Cuando esa exquisita información se transmitió a la central de salivación, se le hizo la boca agua. 
Algunas moléculas de su perfume masculino llegaron al aire siendo arrastradas a los orificios nasales de Amalia al respirar. 
A continuación, y después de un rato de charlas y bailes, empezó el festín : se besaron y sus lenguas saltaron al terreno de juego.

Al fin, una vez ese amasijo de emociones llegó a su interior, se incorporó en el estómago donde rebotaba una y otra vez contra sus paredes formando arcos al dejarse caer, con el fin de reducirlo a lo minúsculo para llegar a ser digerible.


Los meses que estuvieron juntos tuvieron un gusto delicioso, pero también es cierto, que esta relación “envejeció” de manera acelerada.

A medida que la edad pasa nos atragantamos con más facilidad a raíz de que los músculos encargados de la coordinación ya no trabajan con tanta exactitud.
Y no era la primera vez que ellos se atascaban por simples tonterías (aunque sí sería posiblemente la última).
Esa noche, decidió de una vez por todas enfrentarse a lo que ya llevaba posponiendo desde hace semanas : una conversación con Mario.
Sabía que algo no iba bien.  
Somos animales de costumbres, así que cuando uno ya se ha hecho a unos hábitos, cuesta asumir un cambio sin sospechar que algo no funciona. 
Y aquello que fuere no marchaba por buen camino porque él ya sólo le escribía para anular sus “skypes” a los que ella estaba tan familiarizada. 
Sentía un dolor nervioso en su alma al pensar que sería posiblemente su última charla…



Ya podía tener su saliva más dosis potentes de opiorfina para pasar ese incómodo rato y el de los siguientes días anestesiada… 

Lo magnífico sería poder hacer con los sentimientos lo mismo que con las amígdalas : extirparlas cuando ya no ejercen su función.De este modo, si la persona que en un principio te hacía sentir mariposas ya sólo te origina dolores, una solución posible sería anular esos sentimientos y recuerdos como si nada hubiera pasado.

Seguramente alguien le diría : “¡No es nada mujer! Sólo os conocéis desde hace 3 meses…! " Pero esta gente también cree que el intestino mide de cinco a ocho metros… y la tristeza de Amalia en aquel momento era el del tamaño de los siete kilómetros de longitud que en realidad tiene.


Allí estaba ella : sentada encima de la cama con su portátil a la hora que habían quedado.

Pasaban los minutos y Mario no aparecía conectado por ningún lado. 


Le llamó casi más de veinte veces y le escribió como una decena de mensajes, pero de nada sirvió.
Todo ese empacho de nervios la había dejado exhausta al igual que uno se siente después de comer.


Posiblemente unas dieciséis horas serían suficientes para medio olvidar lo que había pasado esa noche; el tiempo que tarda el intestino grueso para digerir los sobrantes que a él llegan y así absorber todos los minerales, pues este órgano gestiona muy bien los recursos permitiendo por ende sobrevivir en tiempos difíciles.
Asimismo, su orgullo haría todo lo posible para que su ansía se atenuara en un plazo más breve y de manera eficaz; por lo que nada de antitérmicos y compañías, sino supositorios que contienen menos medicamento que las píldoras, teniendo, como consecuencia, una acción más rápida. 
En ese momento Mario representaba la grasa animal : le estimulaba el dolor. 

Matilda entró en su habitación; le extrañó que Amalia pasara tanto tiempo encerrada sin probar bocado.
- Pero ¿qué te pasa? – preguntó 
- Pues nada nuevo que no sepas… Mario… que me ignora y me tiene en un sinvivir.
- Ya…
Salió del umbral de la puerta desde donde estaba hablando y regresó a los pocos minutos con un bol que contenía una macedonia de frutas.
Se sentó junto a ella en la cama :
- ¡Toma! Come esto que te traigo. No sé dónde leí que la fruta facilita la producción de serotonina : la hormona de la felicidad. A ver si así te sube el ánimo, que tienes una cara modo-depresión…
- Gracias Matilda.
Escasos seis trozos se llevó a la boca y ya no podía más. Esa mezcla entre miedo y estrés dificultaba la dilatación de la musculatura de su estómago. En otras palabras: se le encogió.

Asunto zanjado. Se había vuelto intolerante a Mario. Por ello, consideraba que su molestia mejoraría si renunciaba a él : se trataba de un alimento tóxico.
No iba a invertir un minuto más en comprender lo que ocurría ni en intentar escuchar una sola explicación-excusa. 
Lo que no pudiera digerir Amalia por ella misma sería realizado por una patrulla de bacterias que le aportarían energía y entrenarían a su sistema inmunitario a enfrentarse a los hombres como él… 
Y aún hay más : como colaborar es vencer, todavía contaba con un equipo completo, competente y resolutivo para restablecerse. 
De un lado, el grupo de los antibióticos, compuesto por su entereza y fuerza que la mantendrían alejadas de los patógenos graves y la rescatarían cuando volviera a ser presa de un chico “tipo Mario”. 
Por otro, la banda de los probióticos, formado por sus experiencias anteriores que fortificarían su salud. 
Y finalmente, la pandilla de los prebióticos : los escarmientos y lecciones, los cuales habían alimentado la vida de sus amigos y cuyos consejos serían de gran importancia.
Definitivamente, tampoco era necesaria ser drástica y hacer durante una larga temporada una limpieza de tonteo de chicos.
De hecho, si limpiamos en exceso nos libramos tanto de lo bueno como de lo malo, de príncipes azules como de sapos cualquiera.
Darse una alegría o sentir cosquilleos temporales por alguien es algo favorable y adecuado para conseguir un equilibrio.

La higiene es una sana armonía entre un número significativo de bacterias buenas y unas pocas dañinas.
Si no probamos lo amargo, difícilmente apreciaremos bastante menos los “consabores” que, en este caso, tiene el amor.
Ya sólo cuando volviera de nuevo a escuchar las tripas del corazón hacer ruido, significaría que ya estaría limpio y listo para la siguiente comida y posterior digestión amorosa.


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