LA MÚSICA AL PODER




De camino a casa, Amalia sólo revivía en su cabeza la velada inesperada que acababa de tener con João. Había notado ese “feeling” de tipo : “Me cae super-bien nada más conocerlo.


Estaba tan emocionada que se moría de ganas por contárselo a Matilda, pero ésta no estaba en casa. 


Al día siguiente, se levantó pletórica. Tenía tantas ganas de ver a su “nuevo amigo de clase”...


... y de explicarle todo lo sucedido a Blanca… (pues su primer intento-Matilda había fracasado y, ella era una persona que no podía contener las alegrías y buenas noticias en su interior).


Sin embargo, llegado el mediodía, su tristeza, o tal vez decepción, alcanzó la misma intensidad que la alegría que había sentido cuatro horas antes.


No entendía nada : no comprendía cómo una persona que puede contarte parte de su vida y aficiones distendidamente, luego sólo es capaz de dirigirte un simple “hola” y seguir a lo suyo. Vale que no era un chico de lo más corriente pero tampoco costaba nada responder a un “qué tal”… 


Yo creo que te has creado unas expectativas que no tocaban… - le decía Blanca -  Ya sabes que este chico es muy solitario y raro... 



...Además como ahora con Mario las cosas tampoco están fluyendo, has visto en João un nuevo “refugio” o digamos una nueva ilusión.




Era una mezcla de sentimientos lo que llevaba ese día Amalia en su cuerpo. No tenía más ganas de clase, así que invitó a su amiga a perderse en una cafetería. Las dos sentadas en una mesa eran toda una paradoja : Blanca estaba contentísima y nerviosa porque al día siguiente venía su novio a verla para una semana. Y Amalia, por el contrario, se sentía aquel día en depresión total. 


No se había dado cuenta de lo positivo, placentero y terapéutico que era para ella ir al conservatorio hasta aquella tarde.
Vale que ya quedó claro que sus compañeros de orquesta nunca serían sus íntimos pero sí serían un buen apoyo, porque uno de los poderes de la música es la cohesión social. La notaron “apagada”. No tenía esa energía a la que estaban acostumbrados a percibir en ella. Al fin y al cabo, formaban un equipo cuya máxima era la cooperación, pues perseguían un mismo objetivo : deslumbrar en el concierto.


Por lo tanto, algo en ellos les impedía el desatender a Amalia.


Sin quererlo, se sintió arropada y le invadió un repentino bienestar.


En esos dos meses de ensayo y de contacto casi diario había nacido una gran confianza entre ellos, pues cuando se toca o se compone de manera colectiva se intenta averiguar lo qué pretende expresar cada uno de sus respectivos integrantes.


Todo el goce que al final consiguió experimentar se vio reforzado por las palabras de su director. Les agradeció lo maravilloso que habían tocado esa tarde. Aunque pareciera que él tenía todo el poder por el hecho de dirigirlos, eso no tenía nada de cierto. La fuerza la tenían ellos : los músicos; pues finalmente son quienes emiten los sonidos.


Y él sabía por el brillo de sus ojos cuando tocaban, que su trabajo había sido óptimamente ejecutado.



Amalia siempre había adorado a este hombre. En ningún momento fomentaba la competitividad entre sus alumnos, ya que partía de la idea que aunque la rivalidad para la consecución de un fin puede ser muy estimulante, al mismo tiempo puede ser muy desmoralizadora. 



El miedo y la presión, al igual que pueden avivar la realización de una actividad, pueden también paralizar a uno.


Por fin aliviada de la angustia que había sentido a lo largo de ese día, cuando llegó a casa le hizo inmensamente feliz ver a Matilda preparando la cena en compañía de música a todo volumen. El ritmo que sonaba a través de los altavoces no podía apetecerle más…


Es sabido por todo el mundo que cada pieza en cuestión nos transmite una emoción real distinta : unas canciones nos ponen enormemente tristes...


...  otras nos transmiten alegría y buen humor...


...con otras nos asaltan los recuerdos. 


Por eso en ese justo momento, el cuerpo de Amalia le pedía exactamente toda esa hilera de melodías con tanta marcha.


De ahí se deduce que otro de los poderes de la música sea la capacidad de cambiar nuestro estado de ánimo. 
Y es que en definitiva, la música es algo innato, sin la cual no podríamos vivir ni crecer. Está comprobado que los bebés con apenas tres días reaccionan al escuchar canciones.



Que aprendemos el lenguaje gracias a las monerías que nos hacen nuestros padres al hablar, o en otras palabras, cuando en una frase realizan millones de entonaciones distintas. Que cuando somos más adultos, nos agradecen que expliquemos las cosas sin que empleemos el mismo tono para no resultar aburridos. Y que siempre que estamos rodeados de alguien, ya sea de fiesta, ya sea en plan tranquilo, o incluso solos, siempre buscamos la compañía de la necesaria música.

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