EL MODERNO LEONARDO



A la salida del conservatorio, Amalia y alguno de sus compañeros fueron a tomar algo a un bar que quedaba a unas tres calles.



Ocuparon una mesa de cuatro aunque eran cinco.


Ella no era muy afin a estas personas, ninguno de ellos podría convertirse en su confidente, o a quien recurriría para contarle alguna de sus alegrías o penas.


Apenas compartían cuarenta minutos fuera del conservatorio, aunque por sus conversaciones era como si aún siguieran ahí dentro : hablaban de las dificultades que encontraban en las obras que interpretaban ( cada uno respecto su propio instrumento ) o, se «echaban broncas» en clave de humor cuando alguien no seguía bien los tiempos.




A veces alucinaba con ciertos comentarios que le resultaban absurdos o que se situaban fuera de su onda, pero a ella no le importaba porque así siempre tenía unas risas aseguradas con Matilda y Blanca.


En los últimos minutos  de esa «mini-reunión», en los que Amalia ya casi no prestaba atención, dirigiendo la mirada a su izquierda, encontró una cara conocida.


 Era un chico con pelo oscuro y rizado y gafas redondas. 


Compartía algunas asignaturas de su master con él y siempre le había despertado curiosidad por las brillantes intervenciones que en ocasiones hacía en clase dejando fascinados incluso a los profesores.




Ya todos de pie y de camino hacia la puerta, Amalia se separó del grupo excusándose de que iba a decir hola a un amigo. De repente se sintió un poco nerviosa, se preguntaba si sería rídiculo acercarse a él para saludarlo cuando ni siquiera sabría su nombre o de su existencia.


Estaba escribiendo y dibujando en una libreta pequeña cuando ella se acercó.


Le explicó los hechos de por qué se encontraba en ese bar, como si temiese que él sospechara que le perseguía o algo parecido.

- Pues claro que sé quien eres… Si vamos juntos a varias clases. Yo siempre observo mi alrededor... Hay que tener el ojo siempre bien abierto. Lo que no sé es es tu nombre… disculpa.

Durante las dos cervezas que se tomaron cada uno, se dejaron conocer.


João había estudiado dos licenciaturas : Matemáticas e Ingeniería Física y como él lo cursaba todo a dos, ahora estaba con los masters de Anatomía Artística y Arte Multimedia. 



No había encontrado «aquello» a lo que consacrarse profesionalmente porque se dió cuenta de que le aficionaban con exceso demasiados «aquellos».

- Pero ¿ pudiste entrar sin problema a estos masters siendo tan numérico y científico ?- preguntó Amalia anodada. Dudaba entre creerlo o meterlo en el mismo saco que sus compañeros de conservatorio cuando se iluminaban con sus absurdeces.

Pues claro que sí. Él era un chico de obesiones, y cada una de ellas se le daba mejor que la anterior. 


Obvio que pasó las pruebas de acceso que le realizaron, y ahí estaba con el nuevo yo artístico que había descubierto. 


Era muy pragmático, por eso, todo lo que aprendía o todas las soluciones a los posibles problemas que se planteaba procedían de lo que podía tocar y sentir, además de los libros, por supuesto.



El agua era el eje central de sus «descubrimientos» por el poder y fuerza que tiene : es incesante, turbulenta, capaz de erosionar rocas y piedras y de modificarlo todo.



- Además, a mi siempre me ha gustado dibujar y la verdad es que no se me da nada mal, aunque no es correcto que yo lo diga.


De ahí la elección de esta formación complementaria, gracias a la cual podría delimitar con más precisión el resultado de su inquietud. Su persistencia se focalizaría durante este tiempo, entre otras cosas, en conocer a la perfección las proporciones humanas y en mostrar no sólo el exterior del hombre sino también su interior. 



Esto último lo reflejaría a través del movimiento y expresión, fijándose en cómo la gente se comunica y en sus gestos. 


El pragmatismo que impregnaba a João era el orígen de su analogía entre el hombre y la tierra.


Con todos los conocimientos que adquiriera a lo largo de los años venideros tenía que crear su gran resultado : llámalo «obra», llámalo «invento», donde se concentrara la dimensión del tiempo, la naturaleza, los efectos de la atmosféra, las proporciones, la anatomía y los números. 


 «La gloria no llega a quien duerme, así que hay que ponerse a trabajar».


Lo único que jugaba en su contra : que era un perfeccionista in extremis. Esta «tara» conllevaba consecuencias : alguna de sus ideas ya avanzadas nunca serían culminadas con la guinda roja. 

Mientras hablaban, Amalia desvió la vista hacia el cuaderno que estaba encima de la mesa.


No llegaba a descifrar nada de lo escrito en esas hojas : estaba repleto de abreviaciones y dibujos raros. 
No pudo hacerse muchas más preguntas acerca de lo ahí «jeroglificado» pues él cerró la libreta con discreción guardándosela en la mochila cuando se dió cuenta que Amalia estaba más pendiente del conjunto de papeles que de la conversación que mantenían.
Ella entendió este gesto como un ademán del fin de aquella velada inesperada. Seguramente si algún día conociera todos los secretos e inquietudes de João se diría :

- Este chico es clavadito a Leonardo da Vinci. ¡ Qué espabilado él !

Comentarios