INTANTANÉA DE UN DOMINGO CONVERTIDO

El domingo es el día más inútil de la semana. Es un día muerto : una noche de sábado frenética desemboca en una tarde de domingo deshidratada y arrastrada. 







Sin embargo, la frescura de una mañana sin dolores de cabeza puede motivar a uno a aventurarse.



Después de tres días cubiertos de nubes y agua, por fin aparecía un sol, lo que permitía situarse en la opción positiva de domingo. Matilda, la compañera de piso de Amalia, necesitaba eliminar esa desazón que le turbaba el alma por la ausencia de luz natural. El gris nunca ha estado de moda.




Con ternura todo funciona mejor. Y como cierto es : toda relación es sinalagamática, lo que conlleva una contraprestación. Un desayuno con buenas dosis de café, zumo y azúcar no podía decepcionar de manera alguna a Amalia.





Una hora y media más tarde salían al aire para ir a la estación de trenes y dirigirse a Sintra. La conquista de Matilda había funcionado.
A pesar del otoño la estralla amarilla daba calor. 


Matilda era inglesa pero su ascendencia española facilitaba la cosa en cuanto a comprensión se trataba entre ellas. Un buen entendimiento conlleva una buena comunicación.


Sintra y ellas gozaban de una belleza natural y como siempre viajaban con una cámara a cuestas, el resultado no podía ser otro que imágenes para deleitarse. 


La fotografía te enseña a disfrutar de mirar. Lo importante es que lo que uno ve consiga salir con el mismo significado y sentimiento que se vive y quiere demostrar. El ojo situado detrás del objetivo mira con  intención y consigue que algo cotidiano se vista de gala. No se retrata la realidad tal como es, sino tal como yo la quiero ver.




El paisaje donde se encontraban era un elemento vivo que debía ser utilizado por ellas como su gran estudio. Era un lugar mágico que les invitaba a gozar : sus calles estrechas, su naturaleza verde donde parecía que en cualquier momento uno podía ser asaltado por una marabunta de hadas o gnomos, sus palacios (algunos semi-ocultos), el resplandor de aquel día que en algunos espacios de gran follaje conseguía colarse ofreciendo unos reflejos que ni a conciencia se lograrían.





Afortunadamente, ellas dominaban el traje de las instantáneas : la luz. Sabían que en ese arte ella es quien dirije, pues permite distorsionar, resaltar, dejar en la penumbra, endurecer y suavizar todo lo que se le pone por delante.




Ese día íntimo de las dos que vivieron les sentó de maravilla.Se ensalzaban para salir de lo más deseable. La fórmula química-base de la fotografía la obtenían sin esfuerzo : si la cámara capta en negativo lo de convertirlo a posterirori a positivo no era problema alguno. Y ya no sólo a positivo sino a sublime. Sacaban lo mejor de ellas.


Los domingos pueden ser jornadas dulces. Ese, precisamente, les había unido y sacado del aislamiento que habían experimentado una de la otra durante toda la semana. Una vez llegaron a casa, y después de días y de sus respectivas duchas, se confesaron mientras cenaban, se sentaron en el sofa delante de un solo ordenador para reírse y admirarse del resultado de su excursión y vieron una película aderezada de helado.



En la fotografía no somos como somos, somos como éramos. Ellas ya nunca volverían a ser la personas que eran aquel domingo. Esas imágenes las condenarían a saber que ese momento existió. Testimonio de instantes pasados, pues la fotografía nunca es presente. Billete para la eternidad.

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