BELLEZA? POR SUPUESTO, ES LO MÁS IMPORTANTE




Cuando vio a Mario se quedó eclipsada. Si en ese momento hubiera estado enferma, todos sus males se hubieran esfumado por arte de magia, pero al estar saludable ocurrió el efecto contrario, la fiebre le subió repentinamente y sus pulsaciones se descontrolaron.
Cualquiera hubiera dicho, que Amalia era la persona más superficial del planeta… pero sus impulsos no respondían más que a un imperativo biológico que ha ido evolucionando desde la prehistoria: pues estamos programados para gestionar la información genética a partir del rostro, la silueta, el movimiento y la voz.


Así que ella, finalmente, lo que buscaba en un hombre era una proporción aurea anatómica perfecta. Características que deliciosamente poseía Mario. 



Cara alargada y casi simétrica, una mandíbula cuadrada, barba, espalda ancha, y por su camiseta de tirantes se presumían unos pectorales marcados y unos abdominales de infarto. Se notaban esas dosis de testosterona, pues no podía ser más masculino.







Se le acumulaba la faena esa noche, ya no sólo debía estar pendiente de su fiesta y que todo saliera a la perfección, sino que además tenía que estar impecable para acaparar la atención de esa criatura tan varonil y perfecta.



Recurrió a la ayuda de su mejor amigo, Guille. Lo que le contó entre una ida y venida de bebidas, era que estaba locamente enamorada de ese ser de deseo que balanceaba sus hombros al caminar, que tenía una voz grave y masculina.


Sin más reparos, y gracias a que su timidez se había esfumado por esas copas de más, se dirigió para zambullirse de lleno hacia la conversación grupal de la que Mario formaba parte. Labia no le faltaba y la causa lo merecía.

Mientras se hacía su hueco al lado de su «hombre», percibía de manera subconsciente el olor que desprendía, que aún le atraía más; así le vino a la cabeza la palabra «histocompatibilidad». Pero bueno, había que olvidarse ahora de esos términos y empezar el juego de la seducción.




Ella ya había ganado una partida : había encontrado la mejor «pareja» de esa noche, pero faltaba ganar la otra, promocionarse de la mejor manera posible. Impresionar. Ella sabía que Mario ya había empezado esa parte, pues no paraba de presumir de los buenos e importantes proyectos que tenía encomendados como diseñador gráfico en una agencia de publicidad.




Todos participaban en esa charla aportando sus aspiraciones artísticas, pues todos eran, incluida Amalia, unos virtuosos de la creación y de la modernidad.
Menos mal que Adrian cogió el control de la música y se dio por finalizada tanta palabrería. Ahora el jardín era un cóctel de sustancias químicas. Testosterona, dopamina, deseo y excitación. Todos se emparejaban, todos se seducían bailando, todos se besaban.




Y Amalia ganó. No podía creer estar saboreando sus labios y lengua, tocar su piel.







Divino pero terrenal, pues no iba a ser eterna esa velada, así que llegó el fin y la hora en la que la gente empezaba a desfilar.



Allí se quedaron solos estirados sobre dos hamacas en paralelo ella y Guille. No había mucho que contar. Todo el mundo había sido testigo directo de lo sucedido y él conocía a su mejor amiga como nadie. 









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