Pero esa mañana, Amalia no hizo solamente de investigadora en la sombra, sino que también vivió una sensación extraña, de la que cualquiera exclamaría "¡No me lo puedo creer!". Cómo podía ser que hubiera otra persona española que fuera a estudiar un máster de Museología y Museografía, teniendo en cuenta que no es uno de los títulos con el programa más exitoso, por el cual todo el mundo se pelea por llevarlo
a cabo. Y aún faltaba por mencionar lo más fuerte: a ¿Lisboa?, porque mira que el mundo es grande, extenso y con multiplicidad de países.
Ella, como buena estudiante de Historia del Arte, en algunas porciones de su tiempo se dejaba absorber por las ondas magnéticas de la filosofía. Era muy “nietzscheana”, pero a su manera, pues
como bien decía Friedrich Nietzsche, su doctrina no es una guía para que se
piense como él sino para que cada uno piense por sí mismo.
Se sentía una nihilista a su estilo. Concebía
que no existe una verdad fija, que las personas no están determinadas por fuerzas
exteriores y que cada uno toma sus
propias decisiones desarrollándose gracias a su propio esfuerzo; por lo que el
mundo funciona bien sin ninguna intervención divina y con el derrumbe de los
valores supremos y la negación de toda creencia.
Había descartado el llamado “efecto mariposa”:
red causal de acontecimientos que hacen posible un determinado resultado, que en
este caso, se traducía en el encuentro que acababa de experimentar con Blanca,
pues entonces casi debía remontarse a los orígenes del mundo,
porque, en resumidas líneas y muy por encima,
su choque casual con la hermosa rubia hubiera sido gracias a: 1) que la
relación con su novio se había roto y necesitaba un cambio de aires;
2) a que decidió salir una noche de fiesta loca para conocer al ahora
exnovio; 3) a que justo esa noche estaba tan feliz por acabar su carrera
universitaria que decidió celebrarlo frenéticamente; 4) a que había superado
sus cuatro años de Historia del Arte después de dos años fallidos de haber
estudiado Administración de Empresas y así sucesivamente una consecuencia de
puntos 5), 6), 7), 8)… hasta llegar no sé hasta que número exactamente.
Sin embargo, la “ley de la sincronicidad”
desde la perspectiva básica le convencía mucho más. Su hipótesis era simple:
principio de conexiones acausales, es decir, los elementos que se enlazan lo
hacen sin tener una causa, simplemente se trata de una ocurrencia temporal
coincidente de eventos acausales (valga la redundancia).
De esta manera, a Amalia le tranquilizaba
pensar que las cosas suceden en el momento justo, nunca antes o después, por lo
que no hay que adelantarse a los acontecimientos ni preocuparse por lo que
vendrá, porque nada parece ocurrir antes de tiempo. Así que no es necesario
pensar que todo podría haber sido diferente si hubiéramos hecho otra elección,
porque somos quienes somos y elegimos libremente según nuestra personalidad.
No iba a pasar ni un minuto más escudriñando los
misterios que tiene la vida. El sol de aquella mañana le llamaba a gritos a
salir a la calle y había mucha faena que organizar, principal y únicamente su
fiesta de despedida.
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