Amalia
estaba sentada en aquel riconcito del salón que tanta paz le proporcionaba, en
un sofá de terciopelo granate situado
enfrente del ventanal. Uno de sus sueños se había cumplido: y era poder
disfrutar de tardes soleadas o lluviosas (como lo era ésta) acurrucada con
vistas, aunque fuera, a una de las calles más transitadas de la ciudad.
Podía
quedarse absorta durante horas pensando y pensando, se había convertido en una
filósofa o psicóloga emocional de si misma sin quererlo y sin necesidad de
haber estudiado para ello.
Tenía
veintisiete años. Una edad muy complicada y parece paradójico, ¿verdad? Las
personas adultas, en general, apuntarían a que no es posible que a esa edad uno
pueda sentir esa sensación, pues sin responsabilidades ni ataduras la vida debería
ser sencilla. Pero para Amalia no era así. Y alomejor su problema radicaba en
haber querido tener su pequeño espacio físico para reflexionar y romperse la
cabeza constantemente sobre temas banales que se le presentaban en su camino.
El
último y novedoso dilema al que se enfrentaba aquella tarde era averiguar que
quería realmente hacer con su vida. Qué quería ser de mayor, cuando ya se
encontraba de lleno en esa plena madurez.
Durante
la adolescencia (periodo que abarca de los 10 años hasta los 19), vivir sí que
es sencillo (pensará la mayoría de la humanidad), porque ya está todo predeterminado:
sólo debe irse al colegio o al instituto y estudiar. Esa es la única
responsabilidad magnánima en este periodo “teen” (por llamarlo de alguna
manera). Pero reflexionándolo bien, Amalia se dio cuenta de que tampoco ese
periodo vital podía llegar a ser tan evidente. Quizá inconscientemente no se
había dado cuenta de que a los diecisiete años había tenido que responder a una
pregunta crucial: “¿qué carrera quiero estudiar?” cuya respuesta marcaría
indudablemente parte de su futuro. Pero lo que seguro que se le había pasado
por alto, era que en esa etapa estaba obligada a forjar su propia e inimitable
identidad, y eso era una ardua lucha interna.
Como
decía Rousseau: “Nacemos dos veces, una para existir y otra para vivir”, y
ambas ocasiones son igual de traumáticas, e incluso se podría añadir que la
segunda es más tormentosa, tal vez, porque somos más conscientes de ello. Nos
envuelven perpetuamente nuevas experiencias, amores, amistades y
responsabilidades que debemos afrontar. Todo es un perseverante volver a
empezar y como consecuencia de ello, siempre evolucionamos, lo que no tenía tan
claro Amalia era si para mejor o para peor y hacia atrás como los cangrejos.
Perdemos
nuestra tan ansiada libertad cuando realmente se lucha por conseguirla, y
aquellos que la logran son unos valientes. Ahora ella se acordaba cuando iba al
colegio. En su aula la mayoría de sus compañeros eran chicas y apenas había
quince chicos y, en las clases extraescolares de bachillerato se incluía
teatro. Por la proporción indicada estaba claro el sexo que predominaba en esta
actividad pero es que para más INRI, y como producto de la virilidad, qué
chico-adolescente iba a apuntarse a teatro (y si lo hacía era demasiado “nenaza”).Pero
menos mal que siempre existe la
EXCEPCIÓN y en este caso, la misma tenía nombre: Jonathan. A
él le daba igual lo que el resto de púberes pensara, no era el más popular ni
el más “guay” pero poco le importaba, también. No es exagerado, pero durante
los dos años que Amalia estuvo en ese colegio no hubo ningún nombre propio de
chico, aparte del de Jonathan, en las listas de las clases de teatro y música.
Por
lo tanto, en la era de la lozanía no existe tanta autonomía a la hora de tomar
decisiones, siempre se está condicionado a la opinión de los iguales, que
realmente no vale nada, pero claro, parece que está en juego un tal llamado
nivel de popularidad o mejor dicho, un aumento del nivel de llegar a ser como
la mayoría de gente estúpida.
Así
que Jonathan se había convertido en un héroe de sus tiempos, él y muchos otros
jóvenes que son leales a sí mismos, porque es sobre todo en esta etapa cuando más
cuesta ser uno mismo y mantenerse sordo y ciego a las apreciaciones que otros
tienen de ti.
Así
que después de darse cuenta que en realidad nunca la vida ha sido ni será
sencilla, Amalia se levantó de su sofá. Por aquella tarde ya había sido
suficiente el tiempo que se había quedado tirada allí sentada.
Hola!
ResponderEliminarHace poco que he hecho un blog y ahora acabo de descubrir tu blog y la verdad es que me ha gustado mucho...me quedo por aquí a leerte!!!
Un beso!
Jooooo q guayyyy!!!!! Muchas gracias!! Me has alegrado el día!! yupiiii!!! Y me motivas más para escribir más a menudo!!! Y aceptaré tus críticas también.
EliminarSuper Muacks