Me
planto en el aeropuerto y deseo marchar dondequiera que sea, me da igual el
destino. Será la primera vez que me lance a la aventura. ¿Y qué?. Es el plan
perfecto: no tener nada planeado. Me olvido de mi cotidianeidad y me adentro en
mi gran hazaña.
Subo
y bajo el dedo sobre la pantalla en la que se indican las salidas de los
aviones y me toca París, así que como no tengo problema de dinero, pues ahí que
me voy, sin maleta ni nada, sólo con lo puesto y mi bolso repleto de cosas
útiles para cualquier mujer.
Estoy
en el aeropuerto de la capital francesa, y mira, no me apetece nada disfrutar
de la ciudad del amor y además, está muy cerquita de España, así que París
queda pequeña para mi palabra aventura. Por lo tanto, volviendo hacer uso de la
anterior “técnica del dedo”… tachán… el azar me escoge Isla Mauricio
(estupendooouuu!!!!).
Después
de casi 14 horas de vuelo llego a mi destino, pero no dejo que el cansancio de
mi viaje inesperado me abata. Desde un primer momento sé que será el escenario
perfecto para desconectar del mundo. El clima es cálido, así que mi primer
cometido ha de ser la compra de ropa adecuada. Entro en una tienda y adquiero
una americana de lino (tipo vaquero) y un negro traje de baño, de
Margarethowell.co.uk; zapatos masculinos marrones, de Russet & Bromley y un
bolso denim, de Mulberry. Me recojo el cabello y ya estoy más que preparadísima
para dicho entorno.
Encuentro
un hotel de ensueño en el que decido hospedarme. Hasta la puerta de mi
habitación (que al verla me deja con la boca abierta) no dejo de llevar un
hombrecillo a mis espaldas que me dice en inglés que será mi mayordomo privado,
pero para su desilusión o alivio se da cuenta que no llevo maleta que pueda
deshacerme, por lo que le dejo propina y se va hasta la próxima vez que
requiera de sus servicios.
La
“habitación” tiene 180 m2 .
Una gran sala reúne el salón y comedor. La cocina (completamente equipada) es
abierta, toda de mármol brillante. Unos ventanales se abren a una
terraza con una piscina cuadrada de desbordamiento, dos tumbonas y un salón
exterior. Tiene 2 habitaciones, la principal está decorada en tonos que van del
beige al marrón y en ella todo es elegante y cómodo. El cuarto de baño está abierto a la
habitación y ofrece todo tipo de productos de belleza. Desde la bañera se goza
de vistas al mar. Aquí de nuevo todo es de mármol, todo es magnífico... La
segunda habitación es igual que la primera, aunque quizás haya dos camas
gemelas. También dispone de su propio cuarto de baño. Me tumbo en la cama “king
size” de la alcoba principal y me encuentro con una tarjetita en la que se me
indica que cada noche encontraré una sorpresa en la almohada (qué duro, eh?).
Después
de dar vueltas por mi sorprendente apartamento salgo a la calle, pues no he
llegado hasta allí sólo para babear por mi prodigiosa estancia.
Visito
Port Louis, uno de los muchos mercados que hay. Está muy animado de
gente y es muy completo: con una sección reservada a la alimentación, otra a
las telas y una tercera a los recuerdos. Como buena compradora salgo cargada de
bolsas que no tardo en dejarlas en manos de mi mayordomo que se ocupará de
colocarlo todo en su adecuado lugar.
Es hora
de que reponga fuerzas comiendo en la deliciosa terraza de un restaurante, y me
decanto por un menú de estilo indio, eso sí, que no lleve demasiadas especias,
no vaya a ser que mi delicado estómago no lo tolere, y no hay tiempo ni ganas
para imprevistos.
Después
de mi té y mi cigarro me dejo llevar hasta las idílicas playas de arena blanca
de este paraíso tropical. Me transmiten la armonía que estaba buscando. Estoy
libre de todo pensamiento y sólo puedo mantener de forma permanente una
sonrisa. Es maravilloso. Me quito los zapatos y la americana y decido meterme
en ese mar turquesa, para refrescarme del calor que llevo acumulado de toda mi
jornada.
A mi
salida del agua se me acerca Morin, el hombre más precioso que se haya visto
nunca: alto, moreno, fuerte y con una ligera barba de 3 días. Habla un francés
placentero para mis oídos (suerte que me dio por estudiar dicho idioma… tanto
inglés, tanto inglés, y el francés ¿qué?). Él también se encuentra aquí de
vacaciones y especialmente se decantó por dicha isla por las grandes
oportunidades de buceo que se ofrecen, me informó. Le encanta el arte y la
ciencia. En toda esa tarde de conversación, no podía dejar de pensar que ya
había encontrado al gran hombre de mis sueños.
Dado
que habíamos congeniado estupendamente nos fuimos a cenar y dejarnos seducir
por el ron de Mauricio, que nos sorprendió con sus fogosos efectos que acabamos
de descubrir en mi portentosa habitación.
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