Esta historia se me quedó gravada en el alma. Desde que la
conocí está latente en mi vida.
Todo empieza en 1936, cuando Toni Kurz, junto con sus tres
amigos (Edi Rainer, Willi
Angerer y Anderl Hinterstoisser) decidían escalar la pared norte del Eiger
(situado en los Alpes suizos). Una montaña de compleja naturaleza (por sus
rocas, la nieve, las placas de hielo, sus paredes verticales y riesgos de
avalanchas) y que ya muchos la
calificaban como “obsesión para
trastornados” y “reto de suicidas”.
Al
principio de esta travesía, Kurz y sus compañeros ascendían con rapidez, hasta
q tuvieron que parar por toparse con una placa lisa de roca pulida, que
lograron pasar gracias a la habilidad de uno de ellos, Anderl (se puede decir
que era el más sobresaliente del equipo en materia de alpinismo) ya que con la
cuerda que el mismo colocó en este dificultoso tramo, pasaron el resto de
miembros.
Sin
embargo, quitaron la cuerda sin caer en la cuenta que sin ella ya no podían
deshacer el camino hecho cuando se tratara del regreso.
Siguiendo con el ascenso se hallaban con el primer nevero y
con el peligro de que el hielo empezaba a derretirse por culpa del sol y, miles
de pequeñas rocas que estaban congeladas se iban soltando cayendo a una
velocidad increíble, que si te impactan no te rompen solamente el brazo, sino
que te destrozan el hueso.
(Y es necesario no perder de vista que en aquella época los
escaladores no llevaban cascos sino gorros de fieltro).
Empezaron a subir por dicho nevero uno a uno. Willi subía en
tercer lugar sin que le acompañara la misma fortuna q tuvieron sus precedentes,
Toni y Anderl, pues una de esas temibles y veloces piedras le golpeó en la
cabeza.
Pero aún así siguieron con su camino, sin mantener al margen
que Willi estaba muy herido. No iban a renunciar a su objetivo tan fácilmente.
Acamparon para pasar su primera noche y a la mañana
siguiente continuarían con la subida.
El segundo nevero era más desprotegido y por ello debían
avanzar rápido, pero Willi estaba herido y cada vez iba más despacio.
En este punto, todavía les faltaba algo más de la mitad de
la pared.
Por la tarde volverían a acampar en el hielo. Ese instante
debió ser decisivo y capital, pues Toni y Anderl (los más virtuosos de los cuatro) debían
pensar hacia sus adentros que la cima ya no estaba a su alcance, y que por
mucho que les doliera no podían
continuar subiendo y permitir que sus otros dos compañeros bajaran solos. Eran un
equipo.
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